el encantador de serpientes

Apareció una mañana por esa calle, la de La Burbuja. Vestía traje raído y de color indefinido; color que el sol había borrado con la insidia de su diaria trashumancia. Cubría su cabeza un sombrero de amplias alas que caían torcidas sobre la frente, las orejas y la espalda. Una larga cabellera canosa, donde la brisa escondía sus secretos. De sus hombros, se descolgaba un sencillo morral. Llamaba la atención el tamaño y forma de sus orejas y el zarcillo que las adornaba como si fuera un reptil que se enroscaba alrededor de aquellas.

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