Mariano Melgar

Sintió el chasquido de los percutores de los viejos mosquetes. Una razón le impuso mantenerse delante del pelotón de fusilamiento: el dominio de su miedo. Su rostro acusaba la noche pasada en vela esperando la decisión final de sus captores. Sabía que la sentencia era la muerte. No estaba arrepentido. Su muerte, pensaba, sería el derrotero por donde irían otros, y muchísimos más, para la lograr la libertad de la patria que aún no todos vislumbraban en sus amplios alcances.

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