Don Mariano Lino Urquieta

MARIANO-LINO-URQUIETA

Uno de los personajes de más prosapia de esta cálida tierra es, indudablemente, don Mariano Lino Urquieta. Nació en Moquegua el 23 de setiembre de 1867, y fue un 16 de agosto de 1920, que cayó vencido por la fatal epidemia que diezmaba a los pobladores de Arequipa. Su alto espíritu filantrópico lo impulsó a atender generosamente a los enfermos de este mal que también hizo presa de él. Alguien dijo: Fue todo corazón, y el corazón lo mató. Urquieta partió a la inmortalidad cuando aún no había cumplido los 46 años de edad; cuando le faltaba mucho por entregar a la tierra donde naciera ―Moquegua― y a la ciudad donde se cobijara ―Arequipa―. Pero la parca, insensible, cortó los hilos de la existencia de uno de los más rotundos verbos que conmovió los cimientos del oscurantismo y fanatismo de la engreída del Misti y de la apacible Moquegua. Los señorones, los dueños de esta ciudad, le hicieron la vida imposible al rebelde médico de los pobres. Ciega represión que le obligó a salir de Moquegua, la amada entrañable de sus más puros sentimientos.

Como si el hado urdiera la red de la vida y el destino de los hombres, un 8 de julio de 1900, en un siglo XX que daba sus primeros vagidos, aparece en un mitin, junto con otros líderes populares ―Mostajo y Chávez Bedoya―, el futuro guía y maestro de obreros y artesanos del León del Sur. Y su voz fue mostrándose como sería siempre: verbo flamígero que calcinaba la mediocridad y el abuso de quienes al amparo de sus riquezas succionaban la vida de aquellos que sólo tenían la fuerza de sus brazos y el ingenio de su cerebro.

Sus ideas políticas las enmarca en el Partido Liberal; pero su pensamiento refleja la influencia del ácrata peruano: don Manuel González Prada. Su liberalismo está en los extremos de la bandera patria. La bandera roja es agitada por los trabajadores en las plazas, en las calles, en las asambleas, en las huelgas, en los triunfos políticos y en las derrotas inicuas y burdas que los enemigos urdían en conciliábulos de rezos y dinero. La palabra es convertida por nuestro tribuno en el arma por excelencia para derruir el clericalismo, la mojigatería y la prepotencia; la palabra es precisa en su fuerza y dirección para juzgar y condenar a quienes abusivos y expertos en el “manejo” de la cosa pública, depredan la riqueza y la conciencia nacionales. Urquieta tiene, pues, la voz demoledora y ejemplar de la denuncia y del castigo. Urquieta iba delineando el camino del porvenir como el rayo que fulmina conciencias y poses bastardas. Era el adalid del nuevo día…

Dicen los historiadores que aquí en Moquegua funda el periódico La Libertad. Urquieta, pletórico de las avanzadas ideas que recorrían el mundo conmoviendo los cimientos de la civilización levantada sobre los escombros del Medioevo, como resultado de la terrible lucha de la Revolución Francesa, cuyos paradigmas de igualdad, la libertad, la fraternidad, hicieron carne y sangre, sentimiento y espíritu, pura sustancia en el cerebro, los que unidos al pensamiento libertario, dieron de él el ejemplo que enorgullece a esta noble tierra. Pero no es solo recordarlo, sino que debe ser trabajo de análisis y reflexión sobre sus ideas y su acción; ese biunívoco proceder entre el hombre y su pensamiento; esa voluntad férrea de ser él mismo sin cortapisas ni genuflexiones de rodillas gastadas, a fin de constituirse en ejemplo digno de seguir.

Pero ¿cuál era el pensamiento de Urquieta sobre la gran propiedad, por ejemplo? ¡Es un robo!, decía tal como lo afirmaba Pierre Joseph Proudhon, uno de los utópicos más reconocidos del pensamiento socialista ácrata. Tenía un concepto alto sobre el trabajo de los artesanos, de los obreros. Su palabra se perfila adusta y vibrante cuando habla del trabajo. Escuchemos algunas de sus palabras en el discurso que diera en la Sociedad Patriótica de Artesanos el 29 de julio de 1901, al entregar el retrato de uno de los artesanos tipógrafos que usó el plomo para armar «aquella prodigiosa artillería que se carga con proyectiles de ideas y que destroza a los déspotas y arrasa el campo de los tiranos…». Ese artesano se llamó Jacinto Ibáñez. En esa oportunidad, Urquieta, habló, entre otros aspectos, de la aristocracia del trabajo:

«…patricios son los hombres que merecen bien de la patria; patricios son los que la ennoblecen con sus virtudes, los que la honran con su talento, los que la engrandecen con su sabiduría; también los que fertilizan el suelo con su sangre, ya derramada de golpe en los campos de batalla, ya vertida gota a gota en forma de sudores de trabajo y suspiros de miseria. Ésos llámanse patricios».

Luego, alzando el látigo en contra de aquéllos que se ufanan de sus vanaglorias presenta la imagen de cómo actúa un patricio verdadero:

«… ellos no lucen su nobleza ensanchando el vientre, ni engrosando el pecho, ni inflando las mejillas; no; saben abrigarla en el invernáculo del corazón; saben cultivarla en el conservatorio del cerebro; y de allí no le consienten asomar al exterior si no ha de ser en forma de sentimientos generosos o ideas de grandeza».

En ese discurso de antología, el patricio liberal, exclama de manera precisa:

«No existen más que dos aristocracias que son dignas de respeto. ¿Sabéis cuáles son? La aristocracia que se apoya en el corazón y la que se edifica sobre el cerebro; la de la virtud y la del talento; la que ejemplariza al hombre enseñándole a fuerza de bondades a ser bueno, y la que mostrándole la verdad le ilustra, dignifica y redime, dándole las convicciones de ser igual a todos los hombres».

Pero, fiel a su manera de pensar y actuar, no puede dejar de fustigar y desenmascarar a quien en la sociedad nos confunden con sus valores y sus símbolos:

«…Más alta de una aristocracia verdadera, hase hecho moda ostentar el lujo de una aristocracia falsificada […] Esta aristocracia irrisoria la componen los burgueses, que son para la sociedad lo mismo que es el estómago para un idiota. Y como el estómago de los idiotas tiene por atributo la glotonería y se apropia del alimento que debiera sentir todo el cuerpo, a fin de saciar su voracidad así los burgueses viven repletos de los jugos sociales, y cuanto más se ahítan más van sintiendo la necesidad de absorber».

Si recordamos y admiramos a don Mariano Lino Urquieta, recordemos y admiremos su pensamiento. No lo admiremos porque Arequipa lloró su muerte en multitud o la multitud lo acompañó sin medida a su último lugar de reposo. Pareciera que su voz estuviera remeciendo las paredes que hoy por hoy encierran la conciencia, la libertad, la vida. Es la voz admonitoria que no ha perdido vigencia… ¡Quién tiene oídos para oír que oiga!…

EL ARIETE

En el proceso histórico encontramos la huella de quienes dejaron la palabra escrita como la prueba de su pensamiento. Así como Mariátegui, ya entrado el siglo XX tuvo Amauta, así también Urquieta, al comenzar el siglo, el 6 de agosto de 1901, tuvo EL ARIETE. Por su nombre podemos deducir lo que significaría en las luchas político-ideológicas de Arequipa. Ariete era una máquina que en la antigüedad se usaba para derruir las murallas de las fortalezas. El Ariete de Urquieta tenía que cumplir esa tarea: derruir los muros que impedían el libre vuelo del espíritu y del desarrollo material.

El Ariete fue el semanario oficial del Partido Liberal Independiente. Esta primera tentativa de periodismo político-libertario, terminó con la prisión de Urquieta, quien fue el Director y Redactor. Sólo había publicado cuatro números. La vida de El Ariete estuvo llena de vicisitudes. Varias veces clausurado. De ahí que se le conoce V Épocas:

I Época: de agosto de 1901: solo publica 4 números. Era el «Semanario político-doctrinario, órgano del Partido Independiente». Su director y redactor fue don Mariano Lino Urquieta.

II Época: desde diciembre de 1901 hasta abril de 1903. Era el «Semanario político-doctrinario, órgano del Partido Liberal Independiente». Su director, el Dr. Mariano Lino Urquieta.

III Época: desde diciembre de 1903 hasta agosto de 1904, es «La voz del pueblo liberal». El director fue don Mariano Lino Urquieta.

IV Época: desde 1905, fue un «Semanario radical de propaganda social», cuyo director fue el Dr. Francisco Mostajo Miranda.

V Época: desde el 1 de agosto de 1909 hasta el 13 de mayo de 1911, «Tiende al radicalismo y es órgano del Partido Liberal de Arequipa». Su director fue el Dr. Mariano Lino Urquieta.

El Ariete reflejaba las diferentes circunstancias que la historia hacía vivir a la Ciudad Blanca. Era una trinchera de quienes no abdicaban de sus principios ni de sus ideas. Sus páginas reflejan la confrontación radical de las clases sociales en pugna. Era la voz de las clases desposeídas y de los «librepensadores de origen artesanal»; desarrolló un pensamiento «profundamente anticonservador y anticlerical», también «influyó en la organización de los sectores populares… ». El papel que desempeñó El Ariete del Dr. Mariano Lino Urquieta fue histórico, inolvidable.

En la obra de Antero Peralta V, La faz oculta, según cita Raúl Fernández Ll, en su obra Los orígenes del movimiento obrero en Arequipa (Amauta-Tarea, 1984, p.107 y ss.), leemos lo siguiente:

«Las peripecias del liberalismo arequipeño están registradas por el periódico “El Ariete”, fundado por Urquieta, cuyas páginas candentes constituyen una muestra irrecusable de la magnitud de las pugnas político-religiosas que comenzaron al filo mismo de este siglo. Urquieta obsesionado por los principios de la revolución francesa y provisto de un coraje rayano en la temeridad, arremetió, con su verbo y con su pluma, contra el conservadurismo todopoderoso y ultramontano de esta Roma de América. Y no tardó en abrir brechas en las murallas del oscurantismo. Las masas populares, como en movimiento de fototropismo positivo, fueron orientándose hacia la doctrina liberal, y luego a modo de limaduras de hierro, fueron apiñándose alrededor de un imán, de un caudillo, de Mariano Lino Urquieta».

Termino estas líneas en recuerdo del gran tribuno. No me he referido a su vida parlamentaria, ni a su extrañamiento a Bolivia, ni a su yaraví «Ya me voy a una tierra lejana»; sólo quise traer una parte pequeñísima del mensaje de su poderosa oratoria. El pensamiento de don Mariano Lino Urquieta reclama urgente un estudio más profundo, exhaustivo, abierto, riguroso.

 

Víctor ARPASI FLORES

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