El orgullo de un Cerro

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La tierra ha existido desde un inicio, pero también dicen que la tierra apareció después del fuego.

Cuentan las historias de una gran lluvia que cayó día y noche sin parar. Llovió y llovió, pero tanto llovió que los ríos se salieron de sus cauces, los lagos de sus orillas y el mar de sus playas, éste se embraveció y arremetió contra las las rocas y los acantilados que le impedían vaciarse sobre la tierra y devorarla. Dicen que desde siempre había una enconada discordia entre la tierra y el mar; que a veces el hombre está indistintamente del lado de uno de ellos, aunque ama a los dos, porque el hombre ama todo lo que es misterioso, el arcano lo atrae, lo forma. Además el cuerpo del hombre está hecho de tierra, agua, viento y luz. Por eso narran los antiguos que Dios hizo al hombre de barro y a su semejanza. Y Aquél es Creador, Luz y Espíritu, y el hombre va por estos caminos.

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Cuando las aguas estaban cubriendo toda la superficie, el hombre buscó refugio en las partes más altas, pero de nada le sirvió; las aguas alcanzaron los lugares más elevados, y todo se fue borrando transformándose en una inmensa llanura líquida.

Aquí, cuando eso pasaba, la gente comenzó a subir al santuario donde ofrecían sus entregas a la Madre Tierra; y elevaron sus plegarias y sus ofrendas; pero las lluvias siguieron y siguieron cayendo, como si no hubiera más que agua en el cielo. Los hombres y mujeres se apretujaban más y más alrededor del santuario y pensaron en morir junto con su santa madre la Tierra, vencidos por las aguas del cielo. Cuando estaban resignados esperando que el agua los cubriera, escucharon horrorísimos rugidos. Era el mar que como un monstruo de mil crestas subía por las cuestas y laderas de los valles y quebradas; gritaba desaforado el triunfo de ver consumado su deseo de milenios de devorar la tierra.

Pero esos gritos levantaron del barro a los hombres y mujeres que estaban en su agonía adorando en sus últimos instantes a la Madre Tierra, y sus corazones como uno solo comenzaron a latir con tal violencia y sus sangres afloraron a la piel, volviendo rojo sus sudores, y su voz elevóse a tal punto estremecida, como queriendo que su cólera a su vez estremeciera también a la Tierra y comparta con ellos su dolor, pero más la vergüenza de que antes de ser vencido por las aguas del cielo lo iban a ser por las aguas del mar, que anunciaba su victoria con desaforados gritos; hubo entonces un terrible temblor como si un gigante de tierra se despertara, y el cerro donde estaban implorando a sus dioses y a la Madre Tierra, comenzó a elevarse más y más, como si desafiante no iba a permitir que el mar le ganase la batalla.

Cuentan que el mar más y más se embravecía y que sus olas cada vez arremetían con mayor fuerza, tratando de superar al cerro donde se hallaban los hombres y las mujeres que habían acudido en busca de protección y socorro. No se sabe cuánto duró el combate entre el cerro y el mar; el cerro luchaba por la Tierra y sus protegidos, y cuánto más era el empuje de las aguas más se elevaba, y miraba el horizonte pleno de lluvia y mar; y el mar con la violencia de sus olas quería doblegarlo, pero cuanto más era el esfuerzo más el cerro se elevaba; hasta que la furia de las aguas fue cansándose y poco a poco fueron dejando las olas de luchar contra el cerro. Y el cerro se estremeció nuevamente y alrededor de él se fue formando un remolino, primero lentamente y luego con mucho más intensidad, y las aguas poco a poco fueron desapareciendo.

El mar como no pudo doblegar a la Madre Tierra fue retrocediendo, porque corría el peligro de ser devorado por los remolinos hacia las profundidades de los terremotos. Luego todo fue quedando en calma; y como iban retirándose las aguas, la lluvia fue cesando, y el cerro fue disminuyendo su altura. Y cuando ya hubo pasado todo, las gentes adoraron a la Tierra y a su protector el Cerro adonde habían acudido a rendir sus plegarias, aquel santuario que durante siglos recibía su respeto y sus entregas. Y cuenta la tradición que de allí bajaron a poblar nuevamente todos los caminos de la tierra, hasta nuestros días.

Este cerro muestra aún los embates de las olas y por sus laderas hallamos caracoles y otros restos de animales marinos.

Hoy se lo conoce a ese santuario con el nombre de Cerro Baúl.

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