Fue un día como cualquier otro…

escolares

(Algo parecido a un cuento)

Sonó la campanilla. A formar, decían, a formar. Las niñas corrían por allá, los chicos por aquí. Todos, todos se apresuraban para estar en el lugar donde les correspondía. Habían visto a la directora con su rostro serio y su vestido oscuro. No tenía los lentes con que salía al patio del recreo para vernos cómo jugábamos. Bah! tanto miedo. No sé si será miedo porque nos puede llamar a su oficina donde nos resondra, o porque nos deja parados en el patio durante las primeras horas, en pleno sol; y ahora que está haciendo una calor maldita; hay que tener cuidado con esto de los rayos UV grado 15 que son unos rayos terribles, terribles; tal vez, los mismos demonios ya que nos causan cáncer a la piel; y, según leí por ahí, porque aunque no me quieras creer, yo leo, Peluchito, leo mucho; porque mira tú ¿qué hay que hacer en las tardecitas, cuando ya cumplimos con las tareas escolares? ¡Nada!, y yo me pongo a repasar algunos apuntes de la clase y me pongo a pensar (¡alguna vez!, me dirás, bandido) y recuerdo lo que nos hablaban los profes.

Oye, hay de todo, ¿no te parece? Hay buenos que saben mucho de su curso; hay otros que sólo nos dictan y dictan; también hay aquellos que nos dicen ¡Saquen sus libros! ¡Vean la página 00 y saquen un resumen, ya regreso!, y se salen al quiosco a enamorar a la chica guapa que vende allí; y no hay nadie quien les diga nada. ¿Sí, o no? Hay de todo; así como en nosotros. A ver tú, mi estimado Peluchito, ¿cómo estás en tus notas? ¡Ja, ja, ja!, más o menos. ¡Oh, no!; ya sé que tú eres el mejor del salón, incluso de todo el colegio; yo sé que todos los profes te aprecian, aunque, claro no falta quien te tiene tirria; porque a ratos les haces unas preguntas que lo dejas turulatos. Ja! Recuerdo lo que pasó aquella vez que tu mamita fue al cole para reclamar al profesor que te había puesto cinco, ¡cinco! en la nota final. ¿Recuerdas? Creo que tu papá te dio una tunda de padre y señor mío, fue, seguro para ti una afrenta, una vergüenza, tanto que al día siguiente no fuiste al cole, y desde ese día te pusiste las pilas en todo sentido. Ojo, hermanito, no quiero decir que estoy de acuerdo que les peguen a los chicos, ¡no, no!, eso de ninguna manera. ¡Sabes qué, Peluchito? ¡Nunca, jamás, se les debe pegar a los chicos. Nadie debe pegarles. Yo no entiendo cómo se les puede causar daño; capaz por eso somos así de malos; será por eso que hay tanto resentido, robo y asesinato cada día. ¿Sabes?, me da miedo despertar cada día. Me pregunto, ahora, ¿a quién le tocará? ¿a quién robarán? ¿a quién atropellarán? ¿a quién matarán? –da miedo, da mucho miedo despertarse y escuchar las noticias, o leer los periódicos. ¡Un infierno! ¡Un maldito infierno! Dime, Peluchito, ¡qué podemos hacer nosotros, los chicos! Dime, qué. Creo, que para comenzar debemos pedir que no nos maltraten; hacer que nos respeten; pero, claro, sin ninguna duda, amigo, nosotros tenemos que respetar primero; y creo que el respeto, comienza con respetarnos a nosotros mismos primero; y esto significa que debemos cumplir con nuestro esfuerzo, con las tareas, con todas; y estudiar como Dios manda, ¿o no? Por eso, hermanito, yo estoy muy contento con que tú hayas mejorado bastante. Como te decía hay de todo. Tú que más te dedicabas a jugar, y todo lo dejabas a tu inteligencia; yo sé que eres hábil, pero también hay que estudiar; y esa vez te descuidaste. Yo te envidio; no, no; no te envidio, creo que hablo mal, sino que tú eres mi modelo. Me gusta tu alegría, tu forma de hablarles a los compañeros; me agrada mucho cómo les ayudas; por ejemplo, a Marlicha; a ratos pienso que estás enamorada de ella. Ella es una buena chica. Tú tienes paciencia con Migalo que parece que estuviera ido; pero tú, allí, estás tratando de explicarle esas benditas operaciones de matemática; o esas zonceras de las oraciones impersonales. Eres formidable, ojalá te repongas de la fiebre que te ha postrado; pero te seguiré contando lo de esta semana. Porque, sabes, fue un día como cualquier otro.

Formamos. ¡Rápido, rápido!, gritaban los auxiliares. Los chicos y las chicas se fueron formando. ¡Alinearse! ¡Ya saben su orden! ¡A ver, ese alumno que hace inclinado! Y el alumno como un resorte se puso de pie. Los auxiliares con sus tremendas reglas gritaban y recorrían por las secciones gritando ¡Arréglese la corbata!, ¡Qué es esa cabellera! ¿No se ha lavado la cara? ¡Ya! ¿Y, usted, de qué se ríe? ¡Todos! ¡Atención!, y un ruido de soldaditos hicieron sonar los tacos. ¿Somos soldados, Peluchito? ¿Está bien que nos traten como soldados?…No sé de verdad. Luego nos hicieron cantar el himno nacional; y como tú te imaginarás, cantamos como si nos estuviéramos muriendo; no, no; más parecíamos que habíamos subido una altísima cuesta que al llegar a la cumbre, sin fuerzas ya, nos pusiéramos a cantar el himno. Lo hicimos sin ganas, ¿por qué, Peluchito, procedemos así? ¿No es el himno nacional uno de los símbolos de la patria? ¿No debemos cantar con emoción ya que esa canción expresa la lucha por ser libres? ¿O ya no representa el himno esta inmensa patria nuestra, que es tan hermosa, tan grande, que ha sido cuna de impresionantes culturas como la de los Mochicas, los Paracas, los Chiribaya, los Tiawanacu, los Huari, los Incas… Mira, tú debes haber oído o leído que se han descubierto unos restos de un personaje de la cultura Wari, de tal riqueza y ornamentación que ha causado la sorpresa y admiración de todos; y que, dicen, va a cambiar lo que sabíamos de la historia de la Patria. Somos herederos, hermanito, de un formidable pasado…Capaz, a ratos pienso, que el Himno Nacional ya no es nuestro himno…, no es algo que sentimos como nuestro. Tal vez, me digo todo esto porque aún no me siento ciudadano. No sé qué piensas tu, hermanito. Dime, ¿qué se puede hacer para que lo sintamos nuestro?, dime…

Apenas terminamos de susurrar, o mascullar, el Himno, nos habló la directora con una vocecita que apenas se le oía. Creo que habló sobre cómo debíamos comportarnos. Que en el recreo no debíamos tener juegos violentos; nos habló del salta burro, de la flechita, del chicle en el asiento. También nos recomendó que no escribiéramos en la plataforma de la carpeta, que no escribiéramos con el corrector; dijo que había recomendado a los profesores que no pidan correctores como parte de los útiles. O sea, ya sabes, no te tienes que equivocar. Bueno, tú, hermanito, eres buenazo; además tú utilizas lápiz. Te felicito, franco… Cuando terminó la señora directora, dispuso que pasáramos a nuestros salones. Primero fueron los varoncitos; luego las alumnas, y ya tú sabes cómo son ellas de…tranquilitas.

Así que fue un día como cualquier otro… Y de repente, Yanucha, ¿la recuerdas?, ¿la que te dio un beso en la mejilla porque le avisaste en el examen? ¿Te acuerdas? Te contaré que entre sus reíres y sus gestos modositos, de improviso, la Yanucha se resbala y enseña lo que te puedes imaginar. Se puso roja, roja, aunque solamente la vieron las chicas. Oye, se puso coloradita como una amapolita. Esa chica sí que es bonita, ¿no crees? ¿Fue un día como cualquier otro? No, no creo; porque te imaginarás ¡qué cerca estuve de la gloria…!

 

Víctor ARPASI FLORES

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