Mercedes: una mujer sin paralelo

Mercedes

La mujer en la lucha por la Independencia patria fue asaz colaboradora, e incluso mártir. No hubo mujer de ningún nivel social que no estuviera en la brega por conseguir la libertad. Micaela Bastidas, María Parado, Manuelita Sáenz…; y también la mujer anónima del pueblo, la mujer india, que acompañaba a su hombre por las rutas insomnes de las peripecias de la guerra, para socorrerlo, consolarlo, curar sus heridas, aun para ayudarle a luchar y vencer al enemigo de la Patria.

La mujer, eterna compañera del infortunio como de la promesa o del cáliz de la dicha; es la Mujer que ―Penélope― teje y desteje el destino de la Humanidad, mal que le venga al hombre que se insufla de ser el rey de lo creado. Pero la madre Tierra es la Mujer que fructifica. La Mujer es la Tierra que da la vida; es la que posee en sus entrañas la potencialidad y la realidad de la creación. En su sangre y en su carne la humanidad se genera y regenera. De que ahí que en el rastro de las culturas primigenias se explican el misterio de la existencia y de la vida mediante la presencia de diosas, unas bienhechoras, otras crueles. Es la explicación mítica mediante el misterio de lo femenino. Es de la Naturaleza la coyunda de los dos sexos. La existencia de los opuestos y la conjunción de los mismos. Antítesis y síntesis de la vida. La Mujer es tan necesaria como el aire mismo; si esto es así ¿por qué relegarla? Fue la pregunta que se formulara Mercedes Cabello de Carbonera en sus escritos; si, la historia, tenaz testigo de los olvidos, prestaba su claro testimonio de que sin ella no hubiera habido civilización, no debía ser entregada a los trabajos menores, sino que debía ascender a niveles propicios para que su visión bienhechora y su virtud alcancen al hombre indefinido o convertido en fría máquina, y le dé la forma y el espíritu de un verdadero ser humano. Éste es el ideal que la personifica y perenniza: Ideal de nuestra Mercedes.

 

Mercedes y la novela

Juana Mercedes Cabello Llosa nace en Moquegua el 12 de febrero de 1842. Viaja a Lima a los 20 años; aquí contrae matrimonio con el médico moqueguano Urbano Carbonera. Muere en Lima el 12 de octubre de 1909.

Escribe las novelas: Sacrificio y Recompensa (1886), Los amores de hortensia (1887), Eleodora (1887), Blanca Sol (1884), Las consecuencias (1889) y El conspirador (1892),

Publica en El Álbum, en El Perú Ilustrado, en La Revista de Lima, entre otros. Colabora en El Correo de Ultramar y El Álbum Iberoamericano de Madrid, en El Plata Ilustrado de Montevideo, en La Revista Literaria de Bogotá, en el Correo de Europa y El Correo Ilustrado de Lisboa, en La Ilustración de Curazao, en La Habana Elegante, en La Prensa Libre de Costa Rica, entre otros.

 

Es conocida, asimismo, la labor novelística de Mercedes. El hito básico que significa en el desarrollo de la novela nacional la presencia, primero, de sus novelas iniciales, y, luego, las que reciben la influencia del realismo, de Honoré de Balzac (1779-1850), de aquel monstruo de la novela francesa realista, cuyo anhelo era escribir y describir un mundo paralelo al real; y de Émile Zola (1840-1902), maestro del naturalismo, quien analizó con el bisturí literario las profundas oscuridades de la conducta de la “bestia humana”, o de Gustavo Flaubert, aquél que escribió la parodia de la novela romántica en su Madame Bovary, como Cervantes, la de las novelas de caballerías. Pero, ella, en su ensayo La novela moderna, decide conscientemente ubicarse en la margen del realismo, corriente literaria a la cual defiende con conocimiento de causa y apasionadamente; pero, a veces no es lo que uno quiere, sino lo que la realidad va configurando en la conciencia de cada quien, y en esa interrelación ―o interacción, como se estila decirse― la mente humana adquiere sus contenidos y sus contornos, y todo ello se va volcando imperceptiblemente en nuestras obras, sean cuales fueren: intelectuales o materiales. Por eso, Mercedes, que no necesita perdón de nadie, ni menos olvido, porque está por encima de tales circunstancias, fue dejando en sus últimas novelas la banalidad de una sociedad en crisis y los mecanismos e impulsos de una política falsa, inopia, arribista, cínica y corrupta; contingencias ambas que aún la Nación no puede superar. Por eso, Mercedes fue vilipendiada hasta la saciedad; no era posible que alguien, y más una mujer, se atreviera a tanto. Y comenzó a vivir su propia novela, su propio martirio, a ser su mismo personaje que fue cayendo en el pozo inmedido de la oscuridad mental; luego el silencio; después sólo la muerte… Y ahora, nuestra admiración, nuestro recuerdo

Artículos y ensayos

Mercedes no sólo ve su preocupación en la novela; precisa de exponer sus ideas en artículos, en ensayos, en conferencias. Asiste a las tertulias literarias organizadas por la argentina Manuela Gorriti (entre los años 1876-1877), en Lima, y allí expone sus ideas. Publica en El Álbum, y en otros medios periodísticos de Lima, del continente y Europa. Los temas que trata son dedicados a destacar la presencia de la mujer en la civilización, a la defensa de la educación de aquélla, a la crítica literaria, a la reflexión filosófica; a señalar los vicios y lacras de la sociedad limeña y nacional. Esta actitud la convierte en el blanco del dicterio más burdo y procaz, como de la ofensa más sibilina y destructiva.

Un breve apunte sobre la Influencia de la mujer en la civilización

En El Álbum publica una serie de artículos que titula Influencia de la mujer en la civilización. Sus entregas son mensuales; se publican el año 1874, la primera parte y segunda el 8 y 22 de agosto, respectivamente, la tercera el 12 de setiembre, la cuarta el 26 del mismo mes, y la última parte se publica, o quinta entrega, el 31 de octubre. Es decir, durante cinco meses ha tenido en su mente la difusión de lo que pensaba sobre lo que la mujer ha aportado para la civilización; tal vez algo que se veía, pero que no quería reconocer. Ella hincaba su pluma en este desdén, en este olvido.

MercedesInicia su ensayo, trayendo una afirmación de J.J. Rousseau (1712-1778): «Los hombres serán siempre lo que quieran las mujeres; el que desee a aquéllos grandes y virtuosos, eduque a éstas en grandezas y virtud». Más oportuna y explícita no pudo ser Mercedes. Apoyaba su reclamo en uno de los pensadores que ocasionaron una de las revoluciones que aún vive sacudiendo a la humanidad: la Revolución Francesa. El norte de la prédica feminista de la Cabello fue la educación de la mujer, consideraba que se iba en contra de la naturaleza que la sociedad no comprenda que la mujer había sido creada para que cumpla el papel de fuente de virtud, de ternura, de mentora del progreso social. Decía: «El desconocimiento de esta verdad ha conducido siempre a las Naciones al envilecimiento, al retroceso y a la muerte», profunda verdad. Lo que observaba en el medio conservador que le rodeaba, le obligaba a escribir: «La instrucción y moralidad de las mujeres han sido en todo tiempo el termómetro que ha marcado los progresos y el grado de civilización y virilidad de las Naciones». No es la supremacía de lo femenino, ni la entronización de la mujer en el marco de una ideología feminista excluyente, sino era el llamado de una verdad incontrastable: la Mujer cuando ha sido puesta por la sociedad en su verdadero sitial, la humanidad ha sentido su positiva influencia. ¿Era acaso una infamia? ¿Un impropero? ¿Delito desmedido? ¿Una maldición afirmar que “En vano, el hombre intentará huir de esta influencia? Que ¿Ella será cada día más y más poderosa a medida que la humanidad avance en la senda del progreso y de la civilización? Afirmación profética que se ha convertido hoy en una verdad irrefutable. ¿No es la mujer la que enfrenta las crisis con su practicicidad, su sapiencia y su perseverancia? ¿No es la compañera ideal del hombre en el avance de la civilización y de la cultura? No es la culminación, por supuesto; aún falta mucho ideal que construir; y tiene que construirse con el aporte mutuo de los géneros que la Naturaleza ha puesto sobre la Tierra. Mercedes, después de sus reflexiones, concluye con esta verdad histórica, que el sentido común confirma: la mujer, por eso, «ha sido puesta por la mano previsora de la naturaleza» para ese fin. Su afirmación parte de una concepción honda de que la presencia innata de la mujer es fundamental no sólo para el desarrollo material, sino que «El libre desarrollo del pensamiento precisa de la mujer… » Pero, por estas concepciones, tuvo de respuesta el dicterio… Es el destino de quien lucha por el avance de la sociedad, de quien quiere romper las ataduras absurdas de la esclavitud material y mental que frena el desarrollo de los pueblos. Ella cumplió su rol de abanderada de la educación de la mujer…

No podemos evitar encontrar contradicciones en su pensamiento. Si así fuera, ¿importa? No debe impedir reconocer la ardua lucha de Mercedes por el derecho de las mujeres a una educación sin cortapisas. Si encontráramos algunas contradicciones en la expresión de sus ideas. ¿Quién no las tiene? Lo que vale es el pensamiento global, la entereza de decirlas, la valentía de enfrentarse a un medio hostil, veleidoso y pacato.

Decía al varón, al referirse a la mujer: Cuando «…eleve su espíritu ilustrando su inteligencia, hallará en ella no el objeto de frívolos y pasajeros goces que pronto lo conducirán al fastidio y a la decepción, sino al manantial inagotable de grandes y sublimes inspiraciones, porque el corazón de la mujer es el jardín que cultivado produce las más ricas y profundas clases de esas flores del alma que se llaman virtudes».

El insulto,… la muerte

Estas ideas y otras más audaces fue vertiendo Mercedes en sus escritos. Todas ellas conmocionaron a las almas conservadoras, que no pudieron tener más respuesta que el ataque a mansalva: ¡loca!, le gritaron. Se leía en algunas columnas de algunos diarios que pedían desaforadamente que la encierren… en un manicomio. Mercedes después de su última novela, El conspirador, comienza a sentir de manera progresiva los estragos de una enfermedad que la venía destruyendo. Su mente recibió la consecuencia. La noche la fue cercando, lenta, pausada, trágicamente. Su conciencia se fue poblando de sombras y, tal vez, de voces ocultas cada vez más calladas. Mercedes, olvidada de sí misma, muere el 12 de octubre de 1909. Se había apagado la amiga, la compañera, la defensora de la educación de la mujer, y ella fue de nuestra tierra. (VAF)

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